Quien nos creyó

Él nos miraba con cara de incrédulo, pensando en las miles de reuniones que tenía más adelante en el día, y que sin duda eran más importantes que estar escuchando a un grupo de periodistas que parecían aún estudiantes universitarios.

Ella parecía no tomarle el peso a lo que estábamos explicándole. Divagaba mientras oía esto que para su mente no era más que un juego de niños que querían justificar una vacaciones exóticas disfrazándolas de trabajo profesional.

Para estos otros éramos un grupo de maniacos hiperventilados, planificando un proyecto a todas luces irrealizable, y que moriría apenas constatáramos que la altura de las barreras era demasiado gigantesca.

Él nos escuchó. Acostumbrado a creer en proyectos que parecen locuras, y a que un viaje de quince mil kilómetros no fuera gran cosa, se dispuso atento a oír el marco teórico sobre el cual fundábamos nuestro proyecto.

Su nombre: Armen Kouyoumdjian. Un armenio, nacido en el Líbano, con enseñanza francesa, vida profesional hecha en Inglaterra y con el corazón repartido en territorios tan lejanos como Armenia y Chile.

Armen es estratega, analista internacional, esposo de una española, periodista de afición, padre, fanático del cine y luchador incansable de la causa armenia.

Nos dio contactos de gente útil para lo que buscábamos. Nos facilitó documentación. Armen creyó en nuestro proyecto. Y más importante aún, creyó en nosotros.

Lo conocimos locuaz en una mesa en el Tavelli del Drugstore entregándonos anotaciones sobre temas que no podíamos perder de vista. Lo conocimos como un cariñoso anfitrión en su casa viñamarina mostrándonos su reducto. Lo conocimos consecuente, preocupado por las donaciones periódicas que hacía a Armenia para mantener un coro de jóvenes universitarias que hacían del canto su razón de vida.

Vehemente, no nos dejó ni sentir vergüenza cuando dijo que su apoyo a Proyecto Cáucaso era el arriendo de la que sería nuestra casa los 21 días que estuvimos en Yerevan.

Finalmente pudimos departir juntos en la capital de su país, y encontrar alguna forma de “devolverle la mano” cuando lo invitamos a comer a una verdadera picada (adecuada para nuestro presupuesto), pero que Armen disfrutó a concho, sobre todo al asegurar haber comido uno de los mejores humus de Armenia.

Ojalá Chile, y el mundo, estuviese lleno de Armens. Gente que te embala con su optimismo, gente que hace volar más alto tus locuras, y que, dentro de sus posibilidades, están ahí para darte una mano, y seguir construyendo este loco mundo con proyectos de desquiciados.

4 comentarios:

Magdalena dijo...

Que rico es darse cuenta que en este mundo el cual está cada vez más agresivo, agitado y desconfiado, todavía queda gente como Armen, con un corazón optimista y soñador.

Que basta con tan solo pequeños gestos o pequeñas actitudes para dejar huella en la vida de las personas.

Me alegra mucho que hayan encontrado gente en quien apoyarse estando en un lugar tan lejano a su país y sus costumbres.

Besos...


Maida

NICOLAS EMILFORK dijo...

En realidad para estos proyectos da la impresión que se necesitan este tipo de amigos que ayuden en aventuras tan grandes como la de ustedes. Pero no es suerte el qeu aparezcan, sino que el reusltado de un proceso y una búsqueda en la realización del sueño que tuvieron. Felicitaciones!!

Anónimo dijo...

Familia Cáucaso: La distancia era muuuuucha, las costumbres muuuuy distintas, por ello Dios bendiga a Armen y a todos aquellos que creyeron y les apoyaron en la volada/locura de este proyecto. Felicitaciones y fuerza para lo que viene. Un beso. Paulina

Unknown dijo...

Como objeto de tan poca merecida columna, paso verguenza en leer tantas cosas bonitas sobre mi persona. Lo poco que pude hacer en ayudar ese gran proyecto del grupo Caucaso lo hice con garn cariño y ojalá que se puead proyectar su resultado tal como se merece.

Armen