Mi lado armenio

Soy un cuarto armenia. Los abuelos de mi mamá llegaron desde Armenia durante la década del 10, escapando del que se conoce como el primer genocidio de la era moderna.


El Cáucaso -y Armenia en particular- tiene una posición estratégica como cruce de caminos de las caravanas comerciales entre Oriente y Occidente, lo que ha sido de gran interés para los pueblos que rodearon la zona, haciendo que fuera conquistada sucesivamente por persas, macedonios, romanos, bizantinos y árabes.

El imperio Turco-Otomano y el Ruso, se dividieron el territorio. Lo que hoy es Armenia pasó a formar parte del Imperio Ruso, y una parte de mayor tamaño se sumó a lo que hoy es Turquía. Parte de la política del gobierno de los Jóvenes Turcos consideraba la eliminación del pueblo armenio. Más de un millón y medio de armenios fueron asesinados, muertos de hambre y deportados.

Mis bisabuelos y sus hermanos escaparon buscando sobrevivir y nunca pudieron volver a sus hogares. Mardin, el pueblo en el que nacieron, está en Turquía y me fue imposible conocerlo en este viaje. Era un viaje de trabajo y las fronteras entre ambos países están cerradas, lo que dificultaba mucho la entrada en en Turquía desde Armenia, complicando el itinerario del viaje. Así que mis ganas de ver las calles por las que ellos caminaron quedó para una nueva ida a esa zona.

El genocidio era algo de lo que siempre había escuchado hablar, pero que no me era claro hasta ir al monumento y museo del genocidio. Hay, en las alturas de Yereván, un monumento donde arde una llama en recuerdo de quienes murieron. Mirando esa llama me sentí muy cerca de esa bisabuela con la que sólo compartí un par de meses. Era una sensación que me embargaba profundamente.

Luego al entrar el museo la sensación se hizo aún más potente. Las fotos de la época me provocaron una gran pena. Al pensar en los amigos y parientes de Félix y Emilia que pasaron por esa misma suerte. Y al ver las fotos de alguna manera agradecía que sus papás los hubieran forzado a escapar al otro lado del mundo, porque sin eso yo no existiría y ellos habrían sido uno más de esos cuerpos que retrataban las fotos: fusilados, decapitados, muertos de hambre, vejados.

Y era una mezcla muy triste esa de agradecer y doler. Muy triste.

Había olvidado esas sensaciones, ese ahogo que sentí al ver las fotos y documentos y artículos de la época. Esta semana estuve revisando esas imágenes para el documental, y volvió a mi algo de esa pena.

¿Qué hace que el hombre se vuelva contra él mismo? ¿Qué hace que el ser humano ataque a su propia especie? ¿Qué hace que el odio sea más fuerte que todo? ¿Por qué no aprendemos? ¿Por qué volvemos a caer en esta estupida locura de atacarnos unos a otros?

Mis bisabuelos se reflejan en mis ojos y el color de mi piel, en las narices de casi toda mi familia, en la silueta de todos los hombres, en ciertos gustos de mi abuela y sus hermanas, en palabras que quedaron en el vocabulario familiar, en la comida. Ellos sobrevivieron y una familia nació de ese viaje que emprendieron.

Cierro los ojos y pido paz por los que no pudieron. Y pido porque esto deje de repetirse, porque un día seamos capaces -la raza humana- de dejar de atacarnos y hacernos mal.


Pola

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Familia Cáucaso: El último párrafo me llena de orgullo, comprendiendo eso están listos para emprender el vuelo.
Pola estoy segura que los abuelos Félix y Emilia te bendicen desde el cielo.
Un beso Paulina