Este sábado recién pasado, 5 de enero, se realizaron elecciones presidenciales en Georgia. Un proceso electoral bastante tenso, ya que desde hace meses miles de opositores al régimen del actual presidente Mijaíl Saakashvili exigen su dimisión. Lo acusan de estar ejerciendo un gobierno cada vez más autoritario y alejado de los postulados que lo llevaron al poder hace ya 4 años, cuando asumió el liderazgo de esta república caucásica luego de la Revolución de las Rosas, una sublevación pacífica en que la ciudadanía georgiana sacó de la presidencia a Eduard Shevardnadze, al que se lo acusaba de falsear las elecciones y tener al país sumido en un nivel altísimo de corrupción.
Puede parecer paradójico, pues argumentos similares que los que hoy esgrime la oposición a Saakashvili (que por cierto se está presentando a un nuevo período) fueron los que sacaron al anterior presidente del poder.
Hasta antes de estos acontecimientos Georgia era la esperanza de Occidente. La excepción a la regla que motivaba la creencia de que la democracia podía asentarse con éxito en este último rincón de Europa.
¿Y qué ha pasado? Hoy la Unión Europea y Estados Unidos ven con gran preocupación estos últimos sucesos, que podrían convertirse en un brutal fracaso democrático. Todo ha cambiado. Y de un día para otro. Sólo en un par de respiros.
Hace un poco más de un año paseábamos por las calles de Tbilisi -la capital de Georgia- y las banderas de la Unión Europea y de la OTAN que flameaban en el exterior de todos los edificios públicos, nos hacían creer que si bien este país caucásico no formaba parte de estos organismos internacionales, en un futuro cercano sí lo harían.
Hoy, los últimos hechos ocurridos hacen que el cumplimiento de ese deseo se haya alejado del horizonte georgiano.
Sólo un año ha pasado, y lo que parecía una meta alcanzable en un tiempo breve, hoy derechamente se ve bastante lejano.
La rápida sucesión de los acontecimientos le hace un flaco favor a nuestras memorias y acciones. No alcanzamos a computar, a documentar, a registrar, a madurar, a reflexionar, a PLANIFICAR, cuando ya el escenario nos ha sido cambiado del todo. Sufren los georgianos, y sufrimos nosotros.
Y así surge un sentido valioso, y en general poco considerado por nosotros -los periodistas-, esclavos del minuto y fanáticos del presente: la perspectiva histórica.
Hace un año habría creído a pies juntillas que Georgia prontamente sería miembro de la OTAN.
Hoy lo dudo.
Cito para ilustrar otro ejemplo. Para mí, Estados Unidos siempre ha sido el gran poder del sistema internacional.
Pero ahora, consciente de esta sucesión frenética de sucesos que tejen la historia, tomo conciencia, y me doy cuenta de que de los 732.561 días que llevamos viviendo la "Historia Moderna", Estados Unidos ha sido “la bella de la película” sólo por 32.120. Sólo después de la IGM me atrevería a hablar de la hegemonía del país del norte. En otras palabras, un ínfimo 4,3% de nuestra historia D.C.
Hoy los países del Cáucaso disfrutan de 16 años de vida independiente. Los escuchamos exponer brillantes planes para el desarrollo de sus naciones, prometedoras políticas que elevarán su crecimiento económico, fantásticos proyectos de fortalecimiento institucional.
Y luego me siento, y pienso, que son sólo 16 años.
Que antes de eso eran parte de la URSS.
Y antes de la URSS del Imperio Ruso.
Y antes del Imperio Ruso del Turco Otomano.
¿Qué me asegura que podrán sumar 16 años más a su historia de naciones soberanas?
Escalofriante.
Pero terriblemente cierto.
Lo que pasa hoy en Georgia, y los otros ejemplos que cito, sólo buscan ser una forma de llamar la atención sobre el cuidado que debemos poner al emitir juicios, al proyectar, al asumir por cierto o seguro algo que al día siguiente podría cambiar. Sólo en un abrir y cerrar de ojos. Sólo en medio respiro.
Por Cristóbal
Puede parecer paradójico, pues argumentos similares que los que hoy esgrime la oposición a Saakashvili (que por cierto se está presentando a un nuevo período) fueron los que sacaron al anterior presidente del poder.
Hasta antes de estos acontecimientos Georgia era la esperanza de Occidente. La excepción a la regla que motivaba la creencia de que la democracia podía asentarse con éxito en este último rincón de Europa.
¿Y qué ha pasado? Hoy la Unión Europea y Estados Unidos ven con gran preocupación estos últimos sucesos, que podrían convertirse en un brutal fracaso democrático. Todo ha cambiado. Y de un día para otro. Sólo en un par de respiros.
Hace un poco más de un año paseábamos por las calles de Tbilisi -la capital de Georgia- y las banderas de la Unión Europea y de la OTAN que flameaban en el exterior de todos los edificios públicos, nos hacían creer que si bien este país caucásico no formaba parte de estos organismos internacionales, en un futuro cercano sí lo harían.
Hoy, los últimos hechos ocurridos hacen que el cumplimiento de ese deseo se haya alejado del horizonte georgiano.
Sólo un año ha pasado, y lo que parecía una meta alcanzable en un tiempo breve, hoy derechamente se ve bastante lejano.
La rápida sucesión de los acontecimientos le hace un flaco favor a nuestras memorias y acciones. No alcanzamos a computar, a documentar, a registrar, a madurar, a reflexionar, a PLANIFICAR, cuando ya el escenario nos ha sido cambiado del todo. Sufren los georgianos, y sufrimos nosotros.
Y así surge un sentido valioso, y en general poco considerado por nosotros -los periodistas-, esclavos del minuto y fanáticos del presente: la perspectiva histórica.
Hace un año habría creído a pies juntillas que Georgia prontamente sería miembro de la OTAN.
Hoy lo dudo.
Cito para ilustrar otro ejemplo. Para mí, Estados Unidos siempre ha sido el gran poder del sistema internacional.
Pero ahora, consciente de esta sucesión frenética de sucesos que tejen la historia, tomo conciencia, y me doy cuenta de que de los 732.561 días que llevamos viviendo la "Historia Moderna", Estados Unidos ha sido “la bella de la película” sólo por 32.120. Sólo después de la IGM me atrevería a hablar de la hegemonía del país del norte. En otras palabras, un ínfimo 4,3% de nuestra historia D.C.
Hoy los países del Cáucaso disfrutan de 16 años de vida independiente. Los escuchamos exponer brillantes planes para el desarrollo de sus naciones, prometedoras políticas que elevarán su crecimiento económico, fantásticos proyectos de fortalecimiento institucional.
Y luego me siento, y pienso, que son sólo 16 años.
Que antes de eso eran parte de la URSS.
Y antes de la URSS del Imperio Ruso.
Y antes del Imperio Ruso del Turco Otomano.
¿Qué me asegura que podrán sumar 16 años más a su historia de naciones soberanas?
Escalofriante.
Pero terriblemente cierto.
Lo que pasa hoy en Georgia, y los otros ejemplos que cito, sólo buscan ser una forma de llamar la atención sobre el cuidado que debemos poner al emitir juicios, al proyectar, al asumir por cierto o seguro algo que al día siguiente podría cambiar. Sólo en un abrir y cerrar de ojos. Sólo en medio respiro.
Por Cristóbal
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