A propósito del frío

Cuando decíamos que nos íbamos a la ex URRS, en especial a Rusia, la mayoría de las personas creían que íbamos a tener que soportar temperaturas de varios grados bajo cero. Recuerdo con mucha simpatía las largas jornadas de búsqueda tratando de encontrar el mejor y más conveniente (en todo sentido) pantalón de nieve y en general el equipamiento necesario para enfrentar el frío (calcetines especiales, guantes, primeras capas, etc).
Siendo sinceros todo este equipamiento permaneció en el fondo de la mochila al menos por dos meses y medio. En los países del Cáucaso no hubo necesidad de usarlos, ya que las temperaturas no eran muy distintas a las que uno encuentra en Santiago durante Octubre. Claro hubo un par de lluvias fuertes y viento, pero nada que ameritara pantalones de nieve o bototos.
Todo cambió cuando llegamos a Moscú. El termómetro era mentiroso, decía -1 grado, pero la sensación térmica era otra. La ceremonia de vestirse era larga. Había que empezar poniéndose la famosa “primera capa”, que sería el equivalente a lo que nuestros padres o abuelos conocen como el calzoncillo largo y la camiseta sudadera de algodón. Ahora la tecnología ha hecho de estos artículos unas cosas sintéticas que conservan muy bien el calor y no se humedecen. Después de estas prendas venían los pantalones de nieve. En la parte del arriba, una polera que podía ser de manga larga o corta, sobre eso el polar y para concluir nuestra chaqueta institucional que podrán haber apreciado en más de una foto. Los pies eran fundamentales así es que, dependiendo de las necesidades personales, el número de calcetines iba de dos a tres, pero siempre con el denominador común de que el calcetín de montaña coronará el proceso. Las botas o bototos hacían que el calor se mantuviese al principio, pero después la humedad hacía su trabajo, esto nos obligaba, y en particular a mí, a tener que recurrir al viejo truco del papel de diario en la punta de los zapatos. Aparte de toda la ropa no podíamos dejar de usar guantes y gorro cuando nos enfrentábamos a las caminatas eternas por las calles moscovitas.
No me deja de sorprender, ahora que recuerdo, el haber estado varias veces en el metro de Moscú vestidos tal cual se los he descrito sin sentir calor ni algo por el estilo. Es más, muchas veces el frío eran tan intenso (pese a que el termómetro decía sólo -2 grados), que todo nuestro equipamiento y vestimenta no eran suficientes, era en esos momentos críticos donde hacíamos vista gorda al presupuesto y nos permitíamos entrar a un café a tratar de revivir el cuerpo.
Por más que piense que haber estado en Moscú me debería haber desarrollado una cierta tolerancia al frío, me he dado cuenta, con las bajas temperaturas aquí en Santiago y las famosas “ondas polares”, que el cuerpo no tiene memoria para el frío y no genera, lamentablemente, anticuerpos para él. De hecho no he descartado desempolvar mis pantalones de nieve, lo malo es que me asusta entrar al metro vestido con ellos porque sea invierno o verano los vagones del tren subterráneo en nuestra capital no se caracterizan por su buena ventilación menos ahora con tanta gente alrededor.

Nando

4 comentarios:

valeria dijo...

Yo creo que uno se acostumbra al frío, pero cuando se "sufre" más tiempo. Conozco dos casos así: una familia que vivió por dos años en Punta Arenas y llegó a Santiago y no encendió nunca la calefacción en invierno, y otro que vivió mucho tiempo en un dpto súper helado y el invierno siguiente (en otro dpto) prácticamente no usó pijama manga larga.
Pregunta: ¿Nunca usaron prendas de lana para abrigarse?
Saludos!!!

Anónimo dijo...

JEJEJE... si me acuerdo del frío. Sobre todo lo "bellos" que nos veíamos gorditos de ropa. Igual me alegro no hayamos tenido que enfrentar el verdadero frío Ruso.. ese de 20 grados bajo cero.

Lo de la ropa de lana... es útil pero la desventaja está en lo poco transportable que es... ocupa demasiado espacio.
Lamentable.

Cata

Anónimo dijo...

¿Frío? ¿qué era eso? ¡Qué exagerados! Jejejeje
No, en serio, hacía muchísimo frío. Esas largas caminatas con el aire helado golpeándonos las caras eran horribles. Y las manos también después de que perdí mi guante (que se debe haber quedado paseando en otras latitudes). Ah! y especialmente ese último día en que no se nos ocurrió nada mejor que comprarnos poleras en esa feria artesanal al aire libre, sacándonos las capas para probarnos las tallas... inteligente no fue eso.
Lo mejor era llegar el departamento, donde ya no había viento y podíamos sacarnos las lindas parkas instittucionales.

Anónimo dijo...

Si me subo al metro con todo el aparataje que traíamos puesto de seguro que muero incinerado de calor.

Aunque este invierno no tiene mucho que envidiarle al otoño moscovita.