CUARTO REPORTE

¡Priviet!
¡Tanto tiempo ha pasado, fieles lectores de nuestros periódicos reportes! Hoy les escribimos desde una "otoñal" Rusia, en que la temperatura no sube de los 0°C, la nieve que cayó hace días aún permanece a la orilla de la calle, y donde para salir del departamento en el que nos estamos quedando debemos ponernos encima al menos cuatro capas de ropa.
Dejamos hace unos días Azerbaiyán, nuestro último destino caucásico. Como en Armenia y en Georgia, este país nos ofreció una realidad totalmente única. Una de las primeras cosas que tuvimos que hacer al entrar fue sacar nuestro post sobre nuestra estada en Nagorno-Karabagh (N-K), ya que si las autoridades de este país se enteraban de nuestra visita a ese territorio "ocupado" por Armenia, seguro que estamparían un deportado en nuestros pasaportes.
Ya les adelantamos en nuestro anterior reporte sobre nuestras primeras impresiones de Bakú, pero ahora, que ya terminó nuestra estada ahí, creemos que podemos hablar con algo más de autoridad de este país.
Primero, tenemos que decir que armenios y azeríes se odian, pero, irónicamente, se parecen más de lo que quisiesen. Aquí y allá los hombres ocupan los mismos peinados y andan del brazo. El carrete también comienza a las seis de la tarde y termina antes de medianoche (Cote Evans estaría en su salsa). En Armenia y Azerbaiyán la gente brilla por su hospitalidad, y, aprovechándonos de ello, sacamos dos comidas a restaurantes tradicionales y una visita a una casa de té donde la Pola y la Cata eran las únicas mujeres a las que no se les pagaba por estar ahí. Así también, las calles estaban llenas de night clubs, donde los gringos que están en estas perdidas tierras del petróleo van a buscar algún cariñito pasajero para matar las frías y ventosas noches de Bakú.
Aquí las calles también están llenas de escupos, y, a diferencia de Tbilisi, donde nadie se podía sentar a la mesa sin un kachapuri, un vodka y una cerveza, en Bakú lo que la lleva es el té y los chocolates. En esos 21 días de seguro probamos más té que el que habíamos tomado en todas nuestras vidas.

En Bakú -no en Azerbaiyán- se respira, huele y transpira petróleo. La ciudad parece una olla a presión a punto de hervir: el tránsito es sinónimo de tacos interminables por todas las calles de la ciudad, los semáforos son sólo elementos decorativos del paisaje y las bocinas son una banda sonora constante en la vida cotidiana de la capital. Prácticamente en cada cuadra se están levantando gigantescos edificios de departamentos, signo inequívoco del boom económico; sin embargo, por la noche estos nuevas y lujosas construcciones lucen prácticamente a oscuras, pues casi nadie puede costear los millones de manats que cuesta una de esas propiedades. Para peor, estos edificios se construyeron sin ningún plan urbano, estacionamientos para propietarios, ni reglamentos de calidad en la construcción, y todos temen que Bakú -región tan sísmica como nuestro querido Chile-, en el próximo terremoto termine en el suelo.

Otra historia es la que se cuenta en regiones. En Sumgait, la antigua capital industrial de la Unión Soviética, nada habla de petróleo y todo de pobreza. Pudimos contemplar las enormes y abandonadas fábricas soviéticas, la pobreza de gigantescos bloques de departamentos de la época de Kruschev y un fuertísimo olor a químicos, huella clara de los altos niveles de contaminación que sufre gran parte de Azerbaiyán y del mar Caspio.
Aunque también conocimos Guba, casi en la frontera con Daguestán y Chechenia, una hermosísima región montañosa y llena de bosques, donde por primera vez pudimos caminar por las montañas del Cáucaso. Guba es además una ciudad muy curiosa, en la que una enorme colonia judía convive en paz y amistad con el resto de la población musulmana.

Como les contábamos al comienzo, en Azerbaiyán tuvimos que sacar nuestro post sobre N-K. Y es que a la razón que ya les dimos se sumaba otra: en este país la libertad de expresión está seriamente amenazada por un gobierno en apariencia democrático pero que nadie duda en calificar de autoritario. No existe esquina o calle de este país donde no veas gigantografías del anterior presidente -Heydar Aliyev- o de Ilham Aliyev, el actual mandamás e hijo de Heydar. Caminas por las calles de Bakú y te encuentras con paredes donde se graban frases memorables de estos dos personajes. Bibliotecas, aeropuertos, fundaciones, bancos y edificios llevan el nombre de Heydar, al que se considera el verdadero salvador de este país del Cáucaso.
Los problemas de libertad de expresión los vivimos en carne propia. No llevábamos 24 horas en Azerbaiyán cuando la televisión pública quería hacernos una nota para contar sobre "el proyecto de estos jóvenes documentalistas chilenos". La entrevista fue más bien un interrogatorio al más puro estilo KGB y -como la entrevista fue doblada al azerí- de nuestras bocas salieron frases, odas y alabanzas al gobierno que jamás se nos ocurrió pronunciar.
Otro incidente parecido lo sufrimos en unos campos de petróleo en las afueras de Bakú. Luego de grabar imágenes y de hacer un par de entrevistas a trabajadores, dos jeeps aparecieron de la nada a interceptarnos. Un grupo de hombres se bajaron del auto y nos gritaron que qué estábamos haciendo en estos terrenos privados. Tamara -una hiperventilada estudiante de periodismo que hizo de nuestra productora en terreno- corrió a interceptarlos mientras nuestra avispada productora Catalina sacó rápidamente la cinta de la cámara, se la metió en el quetedije, y la cambió por una virgen para evitar el decomiso del valioso material. Mientras Tamara discutía con los milicianos, Catalina –ya adiestrada en las prácticas del periodismo combativo- se preocupó de grabar tomas a la rápida en el caso de que nos pidieran revisar el material. No lo hicieron, pero sí nos obligaron a entregar la cinta. Con nuestro gran talento teatral se la dimos a regañadientes, y, riéndonos para callados por la jugada Bond de nuestra productora, nos retiramos gozando el éxito de nuestra maniobra detectivesca.
Entrevistamos a muchos líderes de la oposición, algo desesperanzados por su incapacidad de organizarse y por todos los obstáculos que el gobierno les ponía para impedir la difusión de sus ideas. De hecho, presenciamos la huelga de hambre de los periodistas de un diario que el Gobierno estaba empeñado en cerrar.
Pero no todo era pesimismo. Emin Milli, un joven azerí fanático del activismo, estaba comenzando a armar un nuevo tipo de organización no jerárquica, no institucionalizada, basada en Internet y que se moviera con algo más que dinero. Apoyándose en la sed de tener más instancias para socializar de los jóvenes universitarios azeríes, se encontraba levantando un verdadero capital social que sin duda dará que hablar en un futuro cercano, y tambi én en nuestro documental.
Dejamos Azerbaiyán sabiendo que estábamos en un país que caminaba en el mismo filo de una navaja. Que a un lado tenía la posibilidad de crecer en forma explosiva y ser exitoso económicamente gracias a los enormes recursos del petróleo, o que podía caer en el abismo de la corrupción, el enriquecimiento de unos poquísimos y el aumento del autoritarismo debido a esta misma fuente de riqueza.
Ahora que estamos en Rusia esperamos poder sentarnos a pensar un poco más sobre qué nos llevamos de cada uno de estos países, de su gente, de sus problemas y de sus grandes virtudes. También miraremos el Cáucaso desde este gigante, que no le quita un ojo de encima a esta estratégica zona entre el Negro y el Caspio, y que para bien o para mal, aún respira fuerte y pesado en todo el Cáucaso.
Un abrazo!
Equipo Cáucaso

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