En la zona de guerra

Por Cata

En uno de los reportes que hicimos desde Armenia, al principio de nuestro viaje, les contamos sobre nuestra ida a Nagorno Karabagh (NK). Es una región, que luego de la caída de la URSS fue disputada en una guerra entre Armenia y Azerbaiyán (Guerra de Nagorno Karabagh 1990 - 1994). Si bien el estado de guerra continúa hay un acuerdo de cese al fuego desde el año 94 entre ambos países y que se ha respetado.
Hoy NK es una región autónoma bajo el control armenio pero sin reconocimiento internacional. Este conflicto, como pudimos ver tanto en Armenia como en Azerbaiyán, sigue siendo una espina en el corazón de la población.
La guerra de NK conllevó lo que toda guerra hace: muerte, desplazamientos, refugiados, destrucción, odios, pérdidas…sangre.
Yo no voy a hablar sobre el conflicto, no soy experta, y sobre todo como se trata de una herida abierta, no quiero emitir juicios de los que después me pueda arrepentir.

Solo quiero recordar que fue para mí estar en una zona de guerra.

Cuando estábamos en Armenia y se dio la posibilidad de viajar a NK, nuestro instinto periodístico nos impulsó a hacerlo sin dudar. Fuimos a Agdam, ciudad que tenía 100 mil habitantes y era de las más ricas y prósperas de la región. Hoy está completamente destruida y deshabitada. Como se encuentra al borde de la línea de cese al fuego está abandonada y sin planes de reconstrucción, al menos en el mediano plazo.

Lo único que encontramos ahí fueron soldados en ejercicios militares. El resto, piedras amontonadas en lo que alguna vez fueron plazas, calles, colegios, casas y edificios. Solo quedaron las estructuras vacías y a medio destruir de edificios que alguna vez albergaron a miles de personas. La naturaleza, a través de maleza y hierba, se ha encargado de tapar un poco la destrucción, como tratando de ocultar la vergüenza de lo que como seres humanos somos capaces de hacernos los unos a los otros.


Estando ahí, observando desde la torre de una mezquita - que fue lo único que quedó medianamente ileso - pude observar la magnitud de la destrucción. Pero por más que intenté, no pude imaginarme ese lugar lleno de vida. No se me apretó el corazón pensando en la gente que alguna vez vivió ahí. En la gente que murió ahí.

Me dio rabia. Me sentí una insensible. ¿Cómo era posible que no me afectara?

No me logré conectar con el lugar porque nunca lo conocí en su estado anterior, con gente y construcciones en pie. Conocer Agadam y no conectarme con la guerra pasó simplemente porque no conozco la guerra, y conocerlo vacío, sin el rostro de la gente…

…simplemente no lo pude ver.

Pero fue distinto cuando estuvimos en Shushi, ciudad vecina a la capital de NK. En Shushi nos alojamos. Ahí nos recibió Gayané y su familia maravillosa, quienes viven en una casa humilde pero que no dudaron en abrirnos las puertas, comer con nosotros y deleitarnos con la música del violonchelo.

Shushi también fue destruida en la guerra. Casi todos los edificios están vacíos, sin ventanas, sin puertas y techo. La ciudad está media vacía y solo unos pocos viven ahí.

Eso si fue impactante.

Hay gente que vive en Shushi y los que viven ahí conviven con la guerra todos los días. Los niños camino al colegio ven a su alrededor destrucción y escombros. No hay alumbrado público ni alcantarillado. Todo lo que observas te recuerda la guerra. Uno ve las construcciones (lo que quedó de ellas) y pareciera que las bombas cayeron ayer. La ciudad no les permite a sus habitantes olvidar que hace menos de 15 años gente estuvieron en guerra.

Ver a Gayané y sus niños creciendo en este ambiente me conmovió. ¿Qué clase de mensaje reciben ellos viendo como algo cotidiano edificios y calles destruidas? Niños cuya inocencia y esperanza choca con la imagen de guerra en la puerta de su casa.

Pero el ser humano es resiliente, y pese a todo sigue adelante. Gayané y sus niños seguirán abriéndose camino en Shushi. Los niños seguirán yendo al colegio, tocando el violonchelo y jugando entre escombros.
Mientras uno aquí en Chile ajeno a esa realidad.

Aquí, donde la guerra parece algo tan lejano, tan improbable, tan de otros.

1 comentarios:

valeria dijo...

La capacidad de asombro... ojalá nunca se perdiera.
Qué buen relato.
Saludos.