¡Hola a todos!
¡Tanto tiempo ha pasado! Sabemos que hace bastantes semanas que Proyecto Cáucaso no se comunica; pero bueno, aquí estamos nuevamente, enviándoles este significativo último reporte en terreno de lo que fue la etapa de producción de Cáucaso, el documental.
Ahora les escribimos desde París, ciudad en la que comenzamos el 2007 brindando por el fin de nuestras grabaciones, que deberían ver la luz el segundo semestre de este año. Así que desde ya vayan preparándose para el espectacular GRAN ESTRENO GRAN. Pero bueno, vamos a donde quedamos en nuestra última actualización.
Llegamos a Rusia a mediados de noviembre, y aparte de la nieve que vimos a nuestro arribo, no cayó nada más en el resto de nuestro periplo por el Viejo Continente. ¿Calentamiento global? ¿Buena suerte? Lo cierto es que no vivimos el blanco invierno que creíamos que íbamos a pasar en Moscú; sólo sufrimos con el gélido frío que rusos y rusas aplacaban con todo tipo de pieles, parkas y gorros soviéticos, y que adornaban las cabezas de increíbles bellezas eslavas, con lo que confirmamos lo capturado por las cámaras de nuestros colegas de Informe Especial.
Hicimos el camino de noche desde el aeropuerto Domodedovo hasta el departamento donde nos quedaríamos. Ya en la autopista se veía que el legado soviético aún presente en los países del Cáucaso aquí había sido borrado con mayor fuerza y rapidez. Pese a todo, se notaba que nos encontrábamos en la capital de la que fue la potencia comunista de la Guerra Fría. En muchas partes se palpaba la arquitectura soviética con enormes bloques de edificios y construcciones monumentales de la época de Stalin o Kruschev.
En las calles se veían muchos militares, policías y estaba lleno de controles de seguridad en el metro. Se percibía un cierto temor por la posibilidad de algún atentado, como ya había ocurrido en años anteriores en el tren subterráneo, en teatros o en mercados moscovitas. Al igual que en Azerbaiján, sentíamos que nuestro trabajo en este país iba a ser complicado; andar con una cámara grabando por la ciudad generaba en nosotros el temor de que nos pudiesen detener por cualquier cosa y someternos a un cuestionario en ruso que no hubiésemos tenido muchas posibilidades de comprender, pues si bien los meses invertidos en clases nos sirvieron para movernos e interactuar en conversaciones básicas, no nos permitían comprender mucho más allá que los formalismos iniciales de este complicadísimo idioma.
A esto se sumaba una burocracia bastante incomprensible -según cánones occidentales- para validar nuestra estancia. En Rusia no basta con tener la visa, sino que hay que acreditarla con el Ministerio de Relaciones Exteriores, con la policía, y, más aún, hacer este trámite en cada una de las ciudades rusas en las que uno esté por más de cuatro días. Y es que el Gobierno necesita saber dónde están los extranjeros, y para peor, esto no es gratuito: nos costó cerca de 30 dólares y todo un día de trámites haciendo fila.
Al día siguiente de nuestra llegada tuvimos el honor de deleitamos con un exquisito almuerzo que incluyó, entre otras cosas, pisco sour, caviar, y un delicioso postre de chocolate en la residencia del embajador chileno en Rusia, que es pariente de Cristóbal. Ese almuerzo sería el opuesto a nuestro régimen alimenticio en Moscú, compuesto esencialmente de una barra de chocolate (un Snickers) por día, comprada previamente en el Cáucaso, ya que nos habían advertido de los estratosféricos precios moscovitas.
Pero tampoco podemos decir que comimos poco. Cristina, la chilena dueña del departamento donde nos quedamos, llegaba todos los días en la mañana para cocinarnos unos “livianitos” desayunos que consistían, por ejemplo, en salchichas fritas con arvejas, bistec con tomate, omelettes, o ricotta con mermelada, con lo cual quedamos bastante bien para soportar el frío de Moscú.
Nuestro primer encuentro con la Plaza Roja fue bastante emocionante, pero como suele pasar con las cosas tan famosas y que uno ha visto toda su vida por televisión, la realidad choca con el imaginario personal. ¡Es más chica de lo que creía! ¡Yo me la imaginaba más cuadrada!, fueron algunas frases pronunciadas por parte del equipo Cáucaso. Sin embargo, debemos ser justos y reconocer que es un lugar alucinante, lleno de historia, repletísimo de gente, con un majestuoso Kremlin coronado con una estrella roja en la punta del reloj de una de sus torres, y con una iglesia de San Basilio que con sus domos coloridos alegran el gris eterno del invernal cielo moscovita.
Otro mundo era el que se veía bajo el suelo de Moscú. El metro de esta ciudad representa un buen ejemplo de la fastuosidad de la época soviética. Estaciones gigantes -verdaderos bunkers- donde la escalera mecánica para bajar al andén demora cinco minutos, repletas de mosaicos -unas verdaderas obras de arte- con imágenes de la hoz, el martillo, obreros, líderes de la revolución, y todo tipo de íconos soviéticos, les recordaban a los moscovitas y a los turistas un poco de su historia reciente.
Una de las noticias que marcó nuestra estadía en Moscú fue el asesinato, en octubre, de la periodista rusa Anna Politkóvskaya, quien fue muy crítica de las políticas del Kremlin especialmente en lo referente a Chechenia y el Cáucaso Norte. Por más que a muchos moscovitas este hecho no fuese demasiado relevante -quizás porque están acostumbrados a este tipo de noticias-, a nosotros nos dio una idea muy clara del estado de la libertad de expresión en que viven los rusos.
Por otra parte, mencionar la palabra Cáucaso no era algo que dejara indiferente a la población. De hecho, mucha gente nos decía que teníamos que tener cuidado, pues actitudes racistas con cualquiera que no pareciera eslavo son pan de cada día. En las calles pudimos ver esto, pues muchas veces observamos cómo policías detenían a inmigrantes y les pedían sus documentos. Afortunadamente, nosotros no tuvimos ningún problema, pues nuestro look de turistas nos salvó…excepto el día en que nos íbamos de Moscú, cuando en el aeropuerto el oficial que chequeaba el ingreso a la sala de embarque nos retuvo por cerca de una hora y media. Revisó con lupa todo nuestro equipaje de mano, e incluso mandó a buscar nuestras mochilas ya facturadas para pasarlas por rayos x. Todo esto porque creía que estábamos traficando arte, pues llevábamos un par de pinturas artesanales compradas en un mercado de las pulgas en Tbilisi, Georgia, que quizás creyó que eran valiosas obras de colección.
Dentro de las entrevistas que hicimos en Moscú rescatamos las conversaciones que tuvimos con Tatiana Vorozheikina, analista internacional de CNN y ex decano de Ciencia Política de una importante universidad de Moscú, y la entrevista que hicimos a Vadim Medvedev, ex miembro del politburó de Michael Gorbachov y uno de sus líderes más reformistas. Con ellos confirmamos lo que pensaban muchos rusos en relación a la actitud de Putin hacia la zona del Cáucaso, que según ellos es un claro ejemplo de la convicción -con resabios imperialistas- de que el Kremlin todavía “tiene el derecho” de ejercer su influencia directa sobre una zona que -al menos en el papel- ya es independiente de la política de Moscú.
¡Tanto tiempo ha pasado! Sabemos que hace bastantes semanas que Proyecto Cáucaso no se comunica; pero bueno, aquí estamos nuevamente, enviándoles este significativo último reporte en terreno de lo que fue la etapa de producción de Cáucaso, el documental.
Ahora les escribimos desde París, ciudad en la que comenzamos el 2007 brindando por el fin de nuestras grabaciones, que deberían ver la luz el segundo semestre de este año. Así que desde ya vayan preparándose para el espectacular GRAN ESTRENO GRAN. Pero bueno, vamos a donde quedamos en nuestra última actualización.
Llegamos a Rusia a mediados de noviembre, y aparte de la nieve que vimos a nuestro arribo, no cayó nada más en el resto de nuestro periplo por el Viejo Continente. ¿Calentamiento global? ¿Buena suerte? Lo cierto es que no vivimos el blanco invierno que creíamos que íbamos a pasar en Moscú; sólo sufrimos con el gélido frío que rusos y rusas aplacaban con todo tipo de pieles, parkas y gorros soviéticos, y que adornaban las cabezas de increíbles bellezas eslavas, con lo que confirmamos lo capturado por las cámaras de nuestros colegas de Informe Especial.
Hicimos el camino de noche desde el aeropuerto Domodedovo hasta el departamento donde nos quedaríamos. Ya en la autopista se veía que el legado soviético aún presente en los países del Cáucaso aquí había sido borrado con mayor fuerza y rapidez. Pese a todo, se notaba que nos encontrábamos en la capital de la que fue la potencia comunista de la Guerra Fría. En muchas partes se palpaba la arquitectura soviética con enormes bloques de edificios y construcciones monumentales de la época de Stalin o Kruschev.
En las calles se veían muchos militares, policías y estaba lleno de controles de seguridad en el metro. Se percibía un cierto temor por la posibilidad de algún atentado, como ya había ocurrido en años anteriores en el tren subterráneo, en teatros o en mercados moscovitas. Al igual que en Azerbaiján, sentíamos que nuestro trabajo en este país iba a ser complicado; andar con una cámara grabando por la ciudad generaba en nosotros el temor de que nos pudiesen detener por cualquier cosa y someternos a un cuestionario en ruso que no hubiésemos tenido muchas posibilidades de comprender, pues si bien los meses invertidos en clases nos sirvieron para movernos e interactuar en conversaciones básicas, no nos permitían comprender mucho más allá que los formalismos iniciales de este complicadísimo idioma.
A esto se sumaba una burocracia bastante incomprensible -según cánones occidentales- para validar nuestra estancia. En Rusia no basta con tener la visa, sino que hay que acreditarla con el Ministerio de Relaciones Exteriores, con la policía, y, más aún, hacer este trámite en cada una de las ciudades rusas en las que uno esté por más de cuatro días. Y es que el Gobierno necesita saber dónde están los extranjeros, y para peor, esto no es gratuito: nos costó cerca de 30 dólares y todo un día de trámites haciendo fila.
Al día siguiente de nuestra llegada tuvimos el honor de deleitamos con un exquisito almuerzo que incluyó, entre otras cosas, pisco sour, caviar, y un delicioso postre de chocolate en la residencia del embajador chileno en Rusia, que es pariente de Cristóbal. Ese almuerzo sería el opuesto a nuestro régimen alimenticio en Moscú, compuesto esencialmente de una barra de chocolate (un Snickers) por día, comprada previamente en el Cáucaso, ya que nos habían advertido de los estratosféricos precios moscovitas.
Pero tampoco podemos decir que comimos poco. Cristina, la chilena dueña del departamento donde nos quedamos, llegaba todos los días en la mañana para cocinarnos unos “livianitos” desayunos que consistían, por ejemplo, en salchichas fritas con arvejas, bistec con tomate, omelettes, o ricotta con mermelada, con lo cual quedamos bastante bien para soportar el frío de Moscú.
Nuestro primer encuentro con la Plaza Roja fue bastante emocionante, pero como suele pasar con las cosas tan famosas y que uno ha visto toda su vida por televisión, la realidad choca con el imaginario personal. ¡Es más chica de lo que creía! ¡Yo me la imaginaba más cuadrada!, fueron algunas frases pronunciadas por parte del equipo Cáucaso. Sin embargo, debemos ser justos y reconocer que es un lugar alucinante, lleno de historia, repletísimo de gente, con un majestuoso Kremlin coronado con una estrella roja en la punta del reloj de una de sus torres, y con una iglesia de San Basilio que con sus domos coloridos alegran el gris eterno del invernal cielo moscovita.
Otro mundo era el que se veía bajo el suelo de Moscú. El metro de esta ciudad representa un buen ejemplo de la fastuosidad de la época soviética. Estaciones gigantes -verdaderos bunkers- donde la escalera mecánica para bajar al andén demora cinco minutos, repletas de mosaicos -unas verdaderas obras de arte- con imágenes de la hoz, el martillo, obreros, líderes de la revolución, y todo tipo de íconos soviéticos, les recordaban a los moscovitas y a los turistas un poco de su historia reciente.
Una de las noticias que marcó nuestra estadía en Moscú fue el asesinato, en octubre, de la periodista rusa Anna Politkóvskaya, quien fue muy crítica de las políticas del Kremlin especialmente en lo referente a Chechenia y el Cáucaso Norte. Por más que a muchos moscovitas este hecho no fuese demasiado relevante -quizás porque están acostumbrados a este tipo de noticias-, a nosotros nos dio una idea muy clara del estado de la libertad de expresión en que viven los rusos.
Por otra parte, mencionar la palabra Cáucaso no era algo que dejara indiferente a la población. De hecho, mucha gente nos decía que teníamos que tener cuidado, pues actitudes racistas con cualquiera que no pareciera eslavo son pan de cada día. En las calles pudimos ver esto, pues muchas veces observamos cómo policías detenían a inmigrantes y les pedían sus documentos. Afortunadamente, nosotros no tuvimos ningún problema, pues nuestro look de turistas nos salvó…excepto el día en que nos íbamos de Moscú, cuando en el aeropuerto el oficial que chequeaba el ingreso a la sala de embarque nos retuvo por cerca de una hora y media. Revisó con lupa todo nuestro equipaje de mano, e incluso mandó a buscar nuestras mochilas ya facturadas para pasarlas por rayos x. Todo esto porque creía que estábamos traficando arte, pues llevábamos un par de pinturas artesanales compradas en un mercado de las pulgas en Tbilisi, Georgia, que quizás creyó que eran valiosas obras de colección.
Dentro de las entrevistas que hicimos en Moscú rescatamos las conversaciones que tuvimos con Tatiana Vorozheikina, analista internacional de CNN y ex decano de Ciencia Política de una importante universidad de Moscú, y la entrevista que hicimos a Vadim Medvedev, ex miembro del politburó de Michael Gorbachov y uno de sus líderes más reformistas. Con ellos confirmamos lo que pensaban muchos rusos en relación a la actitud de Putin hacia la zona del Cáucaso, que según ellos es un claro ejemplo de la convicción -con resabios imperialistas- de que el Kremlin todavía “tiene el derecho” de ejercer su influencia directa sobre una zona que -al menos en el papel- ya es independiente de la política de Moscú.
Por otra parte, muchos rusos nos contaban que la actitud del Gobierno hacia el Cáucaso ruso, especialmente respecto de Chechenia, no era más que una forma de tener un enemigo común para ocultar otro tipo de problemas internos que podrían desestabilizar al país.
Conversando con jóvenes rusos en una universidad de Moscú, con una dueña de casa rusa que tenía en su historial el “temible” hecho de haber nacido en la capital de Chechenia, tomando té con una profesora en su casa ubicada en un bloque gigantesco de edificios soviético, o conversando en la Fundación Gorbachov con uno de los mentores de la glasnost y la perestroika, dejamos Moscú con la sensación de haber estado en una ciudad que por todas partes huele a capitalismo, pero donde aún se perciben prácticas, costumbres y formas de ver la vida que hablan mucho aún del control de la época comunista.
En los próximos días llegamos a Chile con la certeza de tener por delante un enorme desafío: ser capaces de mostrarles a ustedes -y a la máxima cantidad de gente posible- todo lo que vimos, sentimos y vivimos estos cuatro meses de viaje, de búsqueda, de trabajo arduo y de descubrimiento. Un proyecto que si bien está centrado en el Cáucaso, pretende abarcar mucho más que esa zona geográfica, que nos plantea preguntas sobre la democracia, el libre mercado, la globalización, y también sobre sueños, frustraciones y locuras de juventud. Un proyecto que acaba de terminar de dar un gran paso y que sin duda debe dar muchos más. Les damos enormes gracias por sus mails de apoyo, por sus buenas vibras y por sus deseos de éxito, que sin duda fueron esenciales para poner término a esta etapa.
Seguiremos informándoles sobre los últimos avances de Cáucaso, el documental. Esperamos seguir contando con ustedes. Un enorme abrazo. Nos vemos en Chile.
Equipo Cáucaso.
6 comentarios:
Hola Familia Cáucaso: ¡¡Que lindos y contento se ven!!!.. ya falta muy poco para que nos demos un muuuuy apretadito abrazo.
Les amamos mucho. Paulina
Este post bordea el milagro. Pensé que no volverían a escribir nunca más. Se echaba de menos. Nos vemos en el calorcito santiaguino.
buen gorro
kito xD
Chiqillos, he seguido silenciosamente su viaje, y anque se les espera con ansias en Chile, igual da algo raro que el viaje se termine, no? Animo para la vuelta y todo lo que viene.
Me encanta el párrafo sobre la reflexión que se puede hacer en torno a la democracia, la libertad, los sueños, etc. Espero que puedan transmitir todo eso vivido.
Bien Equipo Cáucaso, son un orgullo para todos!
un abrazo
Cocu- prima de Catalina.
Por fin un trabajo acerca del Cáucaso hecho por Chilenos. Ya no hallo la hora de ver el resultado de su labor en aquella tierra, sobretodo las impresiones que pudieron recoger en Georgia, espero algún día poder conocer tan bello territorio......
saludos desde Valparaíso
q suert vivir todo ello, q suert poder contarlo y narrarlo a los chilenos... stamos en contacto.
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