Chilenos al tapete

En el viaje fueron varios los compatriotas con los que nos cruzamos. Les cuento algunas de las experiencias que tuvimos con ellos, y que, de algún modo, ayudan a develar un poquito partes únicas, grandes y profundamente nuestras de la idiosincracia criolla.

· Tbilisi, Georgia. Supimos de la existencia de un chileno que estaba haciendo uno de los talleres de cine del festival anual de Tbilisi. Un amigo georgiano que estaba participando en el festival le contó sobre nosotros y él le dijo que quería juntarse. Fijamos un día y una hora. Pero nunca se produjo el encuentro. El compatriota y colega nunca llegó.

· Tallin, Estonia. Celebrábamos en una discotecque el cumpleaños de Nando. De pronto un tipo con pinta de latino se pone a bailar con la Pola, se ponen a conversar, y ¡sorpresa!, era chileno. El joteo comenzó con tutti y a los cinco minutos de bailoteo, la Pola supo que este chileno era supuestamente millonario, un astro con las mujeres y un fiestero de tomo y lomo. El ego...más arriba que las montañas del Cáucaso. A la 30 minutos la Pola huía de él.

· Tren de San Petersburgo (Rusia) a Helsinki (Finlandia). Conté en otro posteo algo sobre esta historia. En el vagón donde viajábamos iba también un chileno... ¡¡¡de Doñihue!!! Luego de echar la talla con parte del equipo del Cáucaso, de hacernos casi que compadres, y de la conversa de 1 hr. hasta la estación donde él bajaba, quedamos en hablar apenas llegásemos a Chile para ir a visitarlo al "asado prudente" que haría con motivo de la reunión en su natal Doñihue. Hoy, comienzos de agosto, no conocemos Doñihue. Para ser justo debo decir que hubo un intento de organizar algo, pero quedó en nada.

· Moscú, Rusia. Alojamos en la casa de Cristina, la única familia chilena-chilena que vive en la capital rusa desde la época del exilio. Cristina sólo nos podría haber recibido como normales pensionistas. Pero no. Cristina iba todas las mañanas a preparanos un suculento desayuno (que en ocasiones tuvo salchichón y bistecs), nos llevaba día por medio compras de supermercado y nos lavaba la ropa. Sin comentarios.

· París, Francia. La clásica forma de reconocer a un chileno: el garabato. Figuraban dos compatriotas liberando improperios al por mayor en un pasillo de un supermercado parisino la víspera de Año Nuevo. Muy buena onda los tipos. Nos contaban muertos de risa que los coreanos que alojaban con ellos en el albergue estaban aterrorizados con estos chilenos pillines, que ocupaban sus mapuchitas monedas de 100 pesos (esas de la franja dorada) reemplazándolas por la moneda de 2 euros (me parece) que vale, al menos, 14 veces nuestra moneda de 100. Jijijiji, tan vivos que somos.

· Madrid, España. Nos recibió una pareja chileno-francesa cuando llegamos desde Moscú, de vuelta de nuestro periplo caucásico. Llegamos agotados a su departamento, pero nos reanimamos cuando vimos que nos tenían la media comida preparada. Luego nos prestaron sus camas y al día siguiente tomamos desayuno con huevo y pan con palta. ¡Palta! Después de 3 meses sin verla.

Como ven, de bueno y de malo. Pero chileno, sin ninguna duda.
Por Cristóbal

A propósito del frío

Cuando decíamos que nos íbamos a la ex URRS, en especial a Rusia, la mayoría de las personas creían que íbamos a tener que soportar temperaturas de varios grados bajo cero. Recuerdo con mucha simpatía las largas jornadas de búsqueda tratando de encontrar el mejor y más conveniente (en todo sentido) pantalón de nieve y en general el equipamiento necesario para enfrentar el frío (calcetines especiales, guantes, primeras capas, etc).
Siendo sinceros todo este equipamiento permaneció en el fondo de la mochila al menos por dos meses y medio. En los países del Cáucaso no hubo necesidad de usarlos, ya que las temperaturas no eran muy distintas a las que uno encuentra en Santiago durante Octubre. Claro hubo un par de lluvias fuertes y viento, pero nada que ameritara pantalones de nieve o bototos.
Todo cambió cuando llegamos a Moscú. El termómetro era mentiroso, decía -1 grado, pero la sensación térmica era otra. La ceremonia de vestirse era larga. Había que empezar poniéndose la famosa “primera capa”, que sería el equivalente a lo que nuestros padres o abuelos conocen como el calzoncillo largo y la camiseta sudadera de algodón. Ahora la tecnología ha hecho de estos artículos unas cosas sintéticas que conservan muy bien el calor y no se humedecen. Después de estas prendas venían los pantalones de nieve. En la parte del arriba, una polera que podía ser de manga larga o corta, sobre eso el polar y para concluir nuestra chaqueta institucional que podrán haber apreciado en más de una foto. Los pies eran fundamentales así es que, dependiendo de las necesidades personales, el número de calcetines iba de dos a tres, pero siempre con el denominador común de que el calcetín de montaña coronará el proceso. Las botas o bototos hacían que el calor se mantuviese al principio, pero después la humedad hacía su trabajo, esto nos obligaba, y en particular a mí, a tener que recurrir al viejo truco del papel de diario en la punta de los zapatos. Aparte de toda la ropa no podíamos dejar de usar guantes y gorro cuando nos enfrentábamos a las caminatas eternas por las calles moscovitas.
No me deja de sorprender, ahora que recuerdo, el haber estado varias veces en el metro de Moscú vestidos tal cual se los he descrito sin sentir calor ni algo por el estilo. Es más, muchas veces el frío eran tan intenso (pese a que el termómetro decía sólo -2 grados), que todo nuestro equipamiento y vestimenta no eran suficientes, era en esos momentos críticos donde hacíamos vista gorda al presupuesto y nos permitíamos entrar a un café a tratar de revivir el cuerpo.
Por más que piense que haber estado en Moscú me debería haber desarrollado una cierta tolerancia al frío, me he dado cuenta, con las bajas temperaturas aquí en Santiago y las famosas “ondas polares”, que el cuerpo no tiene memoria para el frío y no genera, lamentablemente, anticuerpos para él. De hecho no he descartado desempolvar mis pantalones de nieve, lo malo es que me asusta entrar al metro vestido con ellos porque sea invierno o verano los vagones del tren subterráneo en nuestra capital no se caracterizan por su buena ventilación menos ahora con tanta gente alrededor.

Nando

Y llovía y llovía

Cada vez que llueve en Santiago, la ciudad se inunda. No faltan los comentarios de la gente, en los que me incluyo, alegando de cómo es posible que año tras año pase lo mismo. Que siga siendo noticia que caen tres gotas y se tapan alcantarillas y se inundan las calles.
La frase típica que se escucha es: “solo en Chile pasa esto”.

Bueno… nosotros tuvimos que ir tan lejos como al Cáucaso para comprobar lo contrario. En Bakú, Azerbaiyán, también pasa.

El primer día en Bakú nos recibió una lluvia torrencial. En pocos minutos cayó bastante agua… y las calles se inundaron. Eran ríos enormes que corrían dejando a la gente aislada en las esquinas sin sabe donde ir.
Algunos, ya sea por apurados o valientes, se sacaron los zapatos y se arriesgaron a cruzar. Si saber donde pisaban o que había en el fondo, “caminaron” a sus trabajos.

Mursal, un amigo que conocimos ese mismo día 5 minutos antes de enfrentarnos a la caótica ciudad, estaba bloqueado. No sabía que hacer. Se disculpaba diciendo que era la primera vez que algo así pasaba en la ciudad y que por eso nadie sabia que hacer.
Todos figuraban parados mirando el agua correr, como esperando que algún milagro sucediera. No hubo milagros… solo que eventualmente el agua fue absorbida por las colapsadas alcantarillas y solo el barro y las ramas quedaron adornando las calles que antes eran ríos.

Mursal nos llevo al diario donde trabaja y nos mostró como la noticia estaban en todas las páginas de noticias de Azerbaiyán. La gente no lo podía creer.
Con la Pola mirábamos a Mursal, que intentaba disculparse por la desafortunada bienvenida, con un poco de risa. Intentábamos explicarle que lamentablemente para nosotras este tipo de eventos no eran tan lejanos y desconocidos. No saben la cara que puso cuando le contamos que incluso existe un mercado informal de triciclos que salen a las calles en los días de lluvia para cruzar a la gente de lado a lado.

Más adelante, un arquitecto nos explicó las razones de la inundación en Bakú. De como el nuevo boom de la construcción mal planificada ha hecho que la ciudad crezca sin aumentar la infraestructura para soportarlo. Pero este es otro tema interesante que les contaré en un próximo post.

Por el momento, solo recordar en un día lluvioso como el de hoy, que esta fue una de las varias cosas (algunas felices y otras no) que nos hicieron sentir que pese a la distancia geográfica y cultural, no somos tan distintos a los países del Cáucaso.
Solo espero que frente a la adversidad climática los azeríes sean tan creativos como los chilenos.
Quién sabe, a lo mejor Mursar puede partir con una PYME el próximo invierno.

Por Cata

La ultima noche

Dos noches antes de nuestra fecha de partida de Azerbaiyán nuestro amigo Vusat -el que nos encontró el departamento donde alojábamos- nos llamó para decir que la arrendataria había pedido que nos fuéramos.

Algo de que unos familiares habían llegado a Bakú y que tenían que quedarse ahí y que nos teníamos que ir. Eso nos explicó Vusat, y era todo lo que sabía, no le gustaba mucho la razón ni le creía del todo, pero no había nada más que hacer, nos teníamos que ir. Él iba a encontrar una solución para la mañana siguiente, no teníamos que preocuparnos.

Ya era tarde cuando llamó para darnos las malas noticias, y había sido un largo día y estábamos cansados. Nos fuimos a acostar lamentándonos, por la lata que implicaba tener que hacer el desalojo antes de lo que correspondía y porque era un departamento muy cómodo: los chiquillos tenían cada uno una cama cómoda y nosotras compartíamos una cama cómoda y grande en la que ni se notaba que compartíamos el espacio. Pero bueno, así eran las cosas.

Al día siguiente Nando y Cristóbal salieron temprano a hacer una entrevista que teníamos agendada y con la Cata nos quedamos ordenando, haciendo nuestras mochilas, tratando de secar la ropa que estaba en la lavadora cuando nos llamó Vusat y que queríamos que quedara lo más seca posible antes de irnos.

Los chiquillos volvieron con Vusat y el hijo de la arrendataria estuvo todo el tiempo mirando las cosas que nos llevabámos, controlando que estos chilenitos no se robaran nada de nada. Metimos toda la ropa húmeda en bolsas, las mochilas, comida, sacos de dormir, souvenirs a la rápida entre el auto de Vusat y un taxi y partimos.

En el camino Vusat nos decía que lo que había logrado entender es que parece que un amigo de nosotros se había mandado un condoro. Resulta que uno de nuestros amigos-traductores-guías nos había pedido el número de teléfono de nuestra arrendataria porque tenía unos amigos que iban a viajar a Bakú y querían un lugar donde quedarse y nuestro departamento le sonaba muy bien. Le dimos el número, pero parece que no había sido una buena idea. El tipo estaba pololeando y, al parecer, según Vusat, quería arrendar el depto por horas..... Cabe recordarles que Azerbaiyán es un país musulmán donde la virginidad es un atributo muy muy valorado y protegido socialmente, y -si la historia que Vusat entendió es cierta- este tipo quería convertir este decente depto en un motel, en un lugar donde aparentemente no existen los moteles, porque esas cosas no se hacen. Así que como estábamos fomentando -sin saber- la mala vida y la poca vergüenza, nos echaban.

Habrá sido cierto o no, nunca lo sabremos, porque lo cierto es que no volvimos a saber de esa pareja, ni siquiera se aparecieron por nuestra fiesta de despedida, que fue organizada por un amigo de ellos. Raro. Quizás soy malpensada, pero ahora con perspectiva, quizás fue real que intentaron utilizarnos.

Después de muchas llamadas Vusat nos consiguió un lugar, y logramos no dormir en la calle como temimos en un momento. Era un poco más incómodo. Cómo habrá sido que terminamos duchándonos con un chorro mínimo de agua heladísima, y con la dueña del departamento sentada en la mitad de nuestro living-pieza viendo tele sin decir ninguna palabra y nosotros entendiendo nada de qué hacía ella sentada ahí dos horas antes de nuestra partida. De ahí directo al aeropuerto donde casi perdimos el avión a Moscú, pero esa es otra historia.

por Pola.

A propósito de carretes

A propósito del carrete caucásico del sábado antepasado (que espero hayan disfrutado) quería comentar con ustedes, fieles lectores, cómo fueron algunos de nuestros carretes estando de viaje por las Europas.
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Lejos el premio a lo más freak se lo lleva el carrete al que fuimos en Yereván, la capital de Armenia. De partida, la fiesta era en el subterráneo del equivalente a nuestro capitalino Teatro Municipal. El templo de la música docta también era el lugar en el que se escuchaban los acordes del más puertorriqueño reggaeton.

La primera gran impresión al entrar a este "night club" fueron los grandes espejos que decoraban prácticamente todas las paredes del lugar. Pronto, cuando la fiesta ya estaba más animada, nos enteramos de la función que cumplían: Al parecer, los hombres y mujeres armenios, cansados de tener parejas reales, de carne y hueso, preferían por compañera(o) de baile nada más y nada menos que a sus propias imágenes proyectadas en los espejos!!!! Ahí estaban, meneando sus cinturas al son de la música de moda y coquetéandose a sí mismos con bailes estrambóticos. Digno de registrar (maldición que no lo hicimos). La guinda de la torta fue la canción tradicional que pusieron y que nos tuvo a los dos segundos arrastrados por la multitud bailando abrazados al más puro estilo de Mi Gran Casamiento Griego. Como si en la Blondie pusieran a Los Huasos Quincheros y la concurrencia, cual Bafochi, se pusiera a coreografear unos muy ensayados pasos de baile.

Otro carrete freak lo tuvimos en Bakú, Azerbaiján. Fuimos a una fiesta que comenzaba a las 6pm cuando aún el cielo estaba claro... Era estar en Iuesei. La razón, nos la comentó Elgun Memedov, azerí de nacimiento, gringo por adopción y "latinocaliente" de corazón: a las jóvenes chicas azeríes por lo general no se les permite salir hasta más tarde de las 22.00 hrs., por lo que los carretes deben estructurarse según el timing de la concurrencia femenina ¿lógico no? Ojo: no olvidar que estábamos en un país musulmán, donde si bien no había mucho shador por las calles, sí se respetaban muchas de las leyes y tradiciones islámicas, como por ejemplo: el no consumo de alcohol (al menos en lugares públicos).

Si tuviéramos que hacer un top 3 de los carretes del viaje, sin duda que Tallin estaría disputando seriamente el liderazgo. En la fría capital estonesa nos pilló el cumpleaños de Nando, y por fin ese día pudimos desenpolvar el pisco que cargábamos cual trofeo por casi tres meses de viaje. Como no podíamos ser tan flaites de entrar a un pub con nuestro copete nacional, decidimos hacer "la previa" en las plazas del casco antiguo, premunidos de un par de vasitos McDonald's que Erwin, el estonio que nos atendió como 8 veces esa noche, nos pasaba con cara de sospecha. No puedo contar mucho de este carrete, pues no es mi intención publicar a tal punto la intimidad del equipo caucásico. Sólo puedo decir que a las chicas del equipo se las trataron de engrupir unos chilenos muy pero muy chantas que andaban dando vueltas por Escandinavia, que conocimos más de lo que quisimos los hábitos sanitarios de los estoneses y que definitivamente ya sabemos por qué los fineses parten en masa los fines de semana a juerguear a tierras estonias.

Finalmente culmino este breve recuento con algunos flashes de nuestro carrete de Año Nuevo en el gélido París. Cocinamos en la casa de Ingrid, la tía de la Cata, que pasaba el Año Nuevo en casa de unos amigos. Ahí compartimos la cocina de esta impecable casona del siglo XVII con un grupo de adolescentes franceses -entre los que estaban los hijos de Ingrid- que con sólo unos 16 años tenían la sofisticación culinaria para preparar una raclette. Al mismo tiempo, obviamente, hacían ver muy poco digna (pero honrada) a nuestra lasaña hecha a base de salsa de tomate de supermercado.

Una hora antes de las doce partimos hacia la Torre Eiffel, pese a las insistencias del hijo de Ingrid de que no nos apareciéramos por tal lugar. Pero no!, como buenos turistas, no hicimos caso e igual partimos, en un tren con cientos de franceses en juerga por la víspera del nuevo año mientras brinábamos con vodka ruski camino a L'Etoile.
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Tan, tan, tan, las doce!!! (en realidad no hubo ni un tan...no estábamos en Londres)

Ningún fuego artificial

Ninguna Marsellesa

Pocos abrazos

Sólo unos tibios champañazos.

No, no podía ser así, estábamos cagados de frío en pleno Campos Elíseos pasando el Año Nuevo y no podía ser tan fome. Quizás sintieron lo mismo un grupo de brasileños que estaba a nuestro costado y, fieles a la hermandad latinoamericana, nos pusimos a gritar (no a cantar) nuestros himnos patrios, y a abrazar a franceses, marroquíes, gringos, alemanes, etc. hasta la policía gala se llevó abrazos de los chilenos. Había algunos locos, se escuchaban gritos de "¿y dónde está mi french kiss?" y todo tipo de rarezas. Luego de algunas aventurillas y desvergüenzas por las calles parisinas llegamos a un departamento muy cerca de Notre Dame donde bailamos hasta las 5am - 6am. Para no olvidar.