Nacionalismo

¿Qué nos hace chilenos? Será la cordillera, las humitas, la declaración de independencia, el jardín de mariscos, la cueca, el festival de Viña, el castellano chilenizado, el Cucalón, el pebre, PapeLucho, la piscola, el merkén, el altiplano, Torres del Paine…en fin, algunas de estas cosas ayudan a explicar nuestra identidad, sin embargo, es difícil pensar en un sustento que nos diferencie profundamente de bolivianos, peruanos, argentinos, venezolanos, colombianos, etc.

Según los expertos, la identidad y la cultura están estrechamente ligadas a la religión, y si lo pensamos bien, todos los países en Latinoamérica son en su mayoría católicos. Para esta altura, más de alguno debe estar diciendo que somos muy distintos a los ecuatorianos y que nada nos asemeja a los paraguayos. Quizás están en lo correcto, pero atribuyo esas diferencias a devenires históricos, contingencias territoriales y situaciones geográficas. Al menos todos hablamos castellano, le rezamos a Jesús, veneramos a María, fuimos colonizados por españoles, nuestros países tienen menos de 200 años de independencia y todos tenemos conflictos con los pueblos originarios por exclusiones y segregación.

Los países del Cáucaso Sur en el año 2006 celebraron 15 años de independencia tras liberarse de la URSS. Para ellos éste era simplemente un formalismo, ya que su identidad no se juega en una declaración de independencia; la sangre es la que manda. Sólo pueblos como éstos pudieron haber soportado toda una historia de dominaciones por diferentes imperios, sin perder una pizca de su cultura y sentido de pertenencia a sus raíces.

El orgullo de estas personas por ser armenias, georgianas o azeríes se siente cuando hablan, cuando rezan, cuando pelean, cuando comen, cuando sufren. Toda la pasión y el arraigo han hecho que estos pueblos puedan seguir sintiéndose únicos.

Religiones propias, idiomas exclusivos, ayudan a que, pese a siglos de dominación, armenios, georgianos y azeríes puedan continuar luchando por ser reconocidos como los antepasados de Noé, y los afortunados de habitar en la tierra elegida por Zeus para encadenar a Prometeo y el lugar donde supuestamente estaría el jardín del Edén.

Nando

Los templos y el turismo

Cuando uno visita un país, resulta curioso que uno siempre termina visitando iglesias o templos, independiente si uno es creyente o no. Muchas veces esto resulta hasta complejo para quienes quieren asistir a misa por ejemplo a Notre Dame en Paris. La gente reza el Padre Nuestro entre flashes y filmaciones de los turistas. La cosa no cambia si hablamos de las iglesias de la ruta colonial mejicana. Y a una escala bastante menor, incluso algo de eso podemos ver con nuestras iglesias de Chiloé, que son visitadas por hordas de turistas cada verano para luego quedar en casi total abandono durante el resto del año.

Pero enfoquémonos lo que nos convoca, en el Cáucaso. Más aún, enfoquémonos en sus iglesias y mezquitas.

Las Iglesias de Armenia y Georgia, resultan bastante similares. Son pequeños templos, muchas veces encaramados en algún cerro. Suelen ser la postal ideal. Pequeñas iglesias que parecen observar desde lo alto ciudades y caseríos. Si bien por fuera, iglesias Armenias y Georgianas se ven similares, es su interior lo que marca la diferencia. En Georgia por ejemplo, están llenas de íconos e imágenes religiosas. Los fieles entran y besan cada una de las imágenes y símbolos en su interior. En cambio en Armenia, nada, ni una sola figura o imagen distrae los ojos del altar.

Obviamente en Azerbaiján la cosa es distinta. Son musulmanes. Por lo que cambiamos los pequeños templos encaramados en los cerros por mezquitas.

Me sucedió algo súper curioso. Mientras fuimos a visitar una mezquita, nos tocó que estaban orando. Estaba súper incómoda, eran mas de cien personas, todas hombres y ahí estábamos nosotros con pinta demasiado turística y con la Pola tapándonos como podríamos el pelo con unos pañuelos que teníamos.

Habrá sido la falta de costumbre o la ignorancia respecto al comportamiento que deberíamos tener, no sé. Pero me acuerdo que pensé lo curioso que era que a nadie le incomode entrar a la Basílica de San Pedro mientras hay misa y a mi me haya resultado tan incómodo estar en una mezquita mientras rezaban a la Meca.

Por Cata

Mi lado armenio

Soy un cuarto armenia. Los abuelos de mi mamá llegaron desde Armenia durante la década del 10, escapando del que se conoce como el primer genocidio de la era moderna.


El Cáucaso -y Armenia en particular- tiene una posición estratégica como cruce de caminos de las caravanas comerciales entre Oriente y Occidente, lo que ha sido de gran interés para los pueblos que rodearon la zona, haciendo que fuera conquistada sucesivamente por persas, macedonios, romanos, bizantinos y árabes.

El imperio Turco-Otomano y el Ruso, se dividieron el territorio. Lo que hoy es Armenia pasó a formar parte del Imperio Ruso, y una parte de mayor tamaño se sumó a lo que hoy es Turquía. Parte de la política del gobierno de los Jóvenes Turcos consideraba la eliminación del pueblo armenio. Más de un millón y medio de armenios fueron asesinados, muertos de hambre y deportados.

Mis bisabuelos y sus hermanos escaparon buscando sobrevivir y nunca pudieron volver a sus hogares. Mardin, el pueblo en el que nacieron, está en Turquía y me fue imposible conocerlo en este viaje. Era un viaje de trabajo y las fronteras entre ambos países están cerradas, lo que dificultaba mucho la entrada en en Turquía desde Armenia, complicando el itinerario del viaje. Así que mis ganas de ver las calles por las que ellos caminaron quedó para una nueva ida a esa zona.

El genocidio era algo de lo que siempre había escuchado hablar, pero que no me era claro hasta ir al monumento y museo del genocidio. Hay, en las alturas de Yereván, un monumento donde arde una llama en recuerdo de quienes murieron. Mirando esa llama me sentí muy cerca de esa bisabuela con la que sólo compartí un par de meses. Era una sensación que me embargaba profundamente.

Luego al entrar el museo la sensación se hizo aún más potente. Las fotos de la época me provocaron una gran pena. Al pensar en los amigos y parientes de Félix y Emilia que pasaron por esa misma suerte. Y al ver las fotos de alguna manera agradecía que sus papás los hubieran forzado a escapar al otro lado del mundo, porque sin eso yo no existiría y ellos habrían sido uno más de esos cuerpos que retrataban las fotos: fusilados, decapitados, muertos de hambre, vejados.

Y era una mezcla muy triste esa de agradecer y doler. Muy triste.

Había olvidado esas sensaciones, ese ahogo que sentí al ver las fotos y documentos y artículos de la época. Esta semana estuve revisando esas imágenes para el documental, y volvió a mi algo de esa pena.

¿Qué hace que el hombre se vuelva contra él mismo? ¿Qué hace que el ser humano ataque a su propia especie? ¿Qué hace que el odio sea más fuerte que todo? ¿Por qué no aprendemos? ¿Por qué volvemos a caer en esta estupida locura de atacarnos unos a otros?

Mis bisabuelos se reflejan en mis ojos y el color de mi piel, en las narices de casi toda mi familia, en la silueta de todos los hombres, en ciertos gustos de mi abuela y sus hermanas, en palabras que quedaron en el vocabulario familiar, en la comida. Ellos sobrevivieron y una familia nació de ese viaje que emprendieron.

Cierro los ojos y pido paz por los que no pudieron. Y pido porque esto deje de repetirse, porque un día seamos capaces -la raza humana- de dejar de atacarnos y hacernos mal.


Pola

La perspectiva histórica

Este sábado recién pasado, 5 de enero, se realizaron elecciones presidenciales en Georgia. Un proceso electoral bastante tenso, ya que desde hace meses miles de opositores al régimen del actual presidente Mijaíl Saakashvili exigen su dimisión. Lo acusan de estar ejerciendo un gobierno cada vez más autoritario y alejado de los postulados que lo llevaron al poder hace ya 4 años, cuando asumió el liderazgo de esta república caucásica luego de la Revolución de las Rosas, una sublevación pacífica en que la ciudadanía georgiana sacó de la presidencia a Eduard Shevardnadze, al que se lo acusaba de falsear las elecciones y tener al país sumido en un nivel altísimo de corrupción.

Puede parecer paradójico, pues argumentos similares que los que hoy esgrime la oposición a Saakashvili (que por cierto se está presentando a un nuevo período) fueron los que sacaron al anterior presidente del poder.

Hasta antes de estos acontecimientos Georgia era la esperanza de Occidente. La excepción a la regla que motivaba la creencia de que la democracia podía asentarse con éxito en este último rincón de Europa.

¿Y qué ha pasado? Hoy la Unión Europea y Estados Unidos ven con gran preocupación estos últimos sucesos, que podrían convertirse en un brutal fracaso democrático. Todo ha cambiado. Y de un día para otro. Sólo en un par de respiros.

Hace un poco más de un año paseábamos por las calles de Tbilisi -la capital de Georgia- y las banderas de la Unión Europea y de la OTAN que flameaban en el exterior de todos los edificios públicos, nos hacían creer que si bien este país caucásico no formaba parte de estos organismos internacionales, en un futuro cercano sí lo harían.

Hoy, los últimos hechos ocurridos hacen que el cumplimiento de ese deseo se haya alejado del horizonte georgiano.

Sólo un año ha pasado, y lo que parecía una meta alcanzable en un tiempo breve, hoy derechamente se ve bastante lejano.

La rápida sucesión de los acontecimientos le hace un flaco favor a nuestras memorias y acciones. No alcanzamos a computar, a documentar, a registrar, a madurar, a reflexionar, a PLANIFICAR, cuando ya el escenario nos ha sido cambiado del todo. Sufren los georgianos, y sufrimos nosotros.

Y así surge un sentido valioso, y en general poco considerado por nosotros -los periodistas-, esclavos del minuto y fanáticos del presente: la perspectiva histórica.

Hace un año habría creído a pies juntillas que Georgia prontamente sería miembro de la OTAN.

Hoy lo dudo.

Cito para ilustrar otro ejemplo. Para mí, Estados Unidos siempre ha sido el gran poder del sistema internacional.

Pero ahora, consciente de esta sucesión frenética de sucesos que tejen la historia, tomo conciencia, y me doy cuenta de que de los 732.561 días que llevamos viviendo la "Historia Moderna", Estados Unidos ha sido “la bella de la película” sólo por 32.120. Sólo después de la IGM me atrevería a hablar de la hegemonía del país del norte. En otras palabras, un ínfimo 4,3% de nuestra historia D.C.

Hoy los países del Cáucaso disfrutan de 16 años de vida independiente. Los escuchamos exponer brillantes planes para el desarrollo de sus naciones, prometedoras políticas que elevarán su crecimiento económico, fantásticos proyectos de fortalecimiento institucional.

Y luego me siento, y pienso, que son sólo 16 años.

Que antes de eso eran parte de la URSS.

Y antes de la URSS del Imperio Ruso.

Y antes del Imperio Ruso del Turco Otomano.

¿Qué me asegura que podrán sumar 16 años más a su historia de naciones soberanas?

Escalofriante.

Pero terriblemente cierto.

Lo que pasa hoy en Georgia, y los otros ejemplos que cito, sólo buscan ser una forma de llamar la atención sobre el cuidado que debemos poner al emitir juicios, al proyectar, al asumir por cierto o seguro algo que al día siguiente podría cambiar. Sólo en un abrir y cerrar de ojos. Sólo en medio respiro.

Por Cristóbal